Ante l’Etna

Hay lugares que son más que destinos: son fuerzas vivas, paisajes que respiran y se transforman bajo los pies. El Etna, el gigante inquieto de Sicilia, es uno de ellos. Pararse frente a él, avanzar hacia su corazón humeante, es entrar en una historia escrita con fuego y piedra.

Un viaje de fuego y ceniza

El Etna, el volcán más alto y activo de Europa, es una tierra de contrastes. A su sombra, viñedos fértiles florecen, sus uvas impregnadas del alma volcánica, mientras los campos de lava negra se extienden como ríos congelados, testigos del poder latente de la montaña. El viaje comienza mucho antes del ascenso—cada curva del camino es un acercamiento, cada kilómetro, una silenciosa preparación para enfrentar algo eterno.

A los pies de la bestia, el auto queda atrás. Aquí, el viaje pasa de las ruedas a los pasos. Una pareja avanza, su fiel perro corre adelante, dejando huellas en la tierra ennegrecida. El sendero es un juego de contrastes—entre la vida y la destrucción, el pasado y el presente, el silencio y el rugido profundo y lejano de la montaña viva.

El ascenso atraviesa paisajes surrealistas, donde cráteres rojos y negros susurran historias de erupciones pasadas. El aire se enfría a medida que el sendero sube, el cielo se extiende como un lienzo inmenso sobre los hombros del viejo titán. A veces, el vapor brota de las grietas en la roca, el aliento del Etna elevándose en tenues espirales.

Más arriba, el mundo se vuelve extraño. Las nubes flotan abajo, y la tierra parece indómita, pintada en negro, rojo y ocre. El vapor emerge de fisuras invisibles, lanzando su cálido aliento en el aire fresco de la montaña. El perro, siempre curioso, se detiene a olfatear el mismo aliento del volcán.

Caminar aquí no es simplemente una caminata—es un diálogo con la Tierra misma. El perro, con las patas cubiertas de ceniza volcánica, mira hacia atrás, como si sintiera la presencia de algo antiguo. La pareja se detiene, el mundo se despliega a sus pies en un mosaico de belleza siciliana: el mar Jónico brilla en el horizonte, Catania se dibuja en miniatura, y las venas de lava endurecida trazan patrones en la tierra.

Y entonces, comienza el descenso. Los pasos recorren el camino ya andado, pero el viaje ha cambiado para siempre. Hay lugares que no solo dejan recuerdos; dejan marcas en el alma. El Etna es uno de ellos—donde el fuego se encuentra con el cielo, donde la piedra encuentra al viajero, donde el camino termina y la maravilla comienza.

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