No te quedes
Sabes que cuando quise empezar a viajar, investigué un poco antes. Pregunté a muchos amigos, conocidos y gente que hasta entonces conocí por casualidad una tarde en el parque. ¿Me iba o no?
Amigos de la universidad que querían hacer lo mismo, compañeros que quizás me decían “inténtalo ahora que tienes tiempo”, “eres joven”. Muchos de ellos se sentían atados a su pareja y a sus ideas de vida, quizás también al trabajo al que uno se dedica con amor y pasión cada día. Otros eran más por una mascota que tenían, o por el equipo de fútbol que jugaba cada fin de semana.
No hubo ni uno solo que me dijera que me quedara.
Les hice caso y me fui. Fui a aprender, a conocer y a ampliar mi mente. Comiendo cosas ricas, completamente fuera de mi cultura, aprendiendo otro idioma a la fuerza, pero en el supermercado te quedas con la boca abierta (y vacía).
Relacionándote con gente que quizás nunca ha visto a una persona como tú, de donde vienes, para ellos eres un extraterrestre. ¿Alguna vez has pensado en eso? ¡Vaya!
Todos me decían que me fuera, que a todos les gustaría hacerlo, pero ninguno podía hacerlo por ningún otro motivo.
Los bailes y las demostraciones, los deportes y las comidas, los olores y las montañas, saber y entender lo que están haciendo, o al menos por dónde caminas.
Viajar es transitar por diferentes oportunidades que reaparecen al azar. Y quizás leer algo bonito sea una oportunidad.
Cuando estaba en mis últimos meses de universidad comencé a tener sueños sobre la muerte, e incluso durante el día si llegaba algún pensamiento relacionado con la muerte, me generaba ansiedad, e incluso mi mente explotaba de saber sobre ella, la existencia misma, lo universal.
Una gran maestra del couching ontológico, luego de tener una charla activa sobre este tema, me repite ciertas frases que simplemente le decía. Por ejemplo, que estaba terminando la universidad, que estaba terminando un contrato de departamento, un contrato de gimnasio, irme de la ciudad, dejar amigos, dejar familia, no querer amarrar con gente que te hacía bien, y pelearme con una mejor amiga de la infancia por situaciones temporales. Así como amar tanto a los animales y no querer ser responsable de uno porque te ata. Renunciar a un trabajo, vender todas tus pertenencias, y no quedarte con nada.
Al fin y al cabo eso no es vivir, y no vivir es morir.
En ese momento mi cabeza hizo click y dije, “wow”. Cómo la vida te puede decir todo con tus propias palabras, con lo que está saliendo de tu propia boca, o quizás ahora mismo escribiendo. Quizás ni siquiera nos escuchamos unos a otros, lo que decimos sólo nos lo decimos a nosotros mismos. O quizá por eso la iglesia tiene tantos seguidores, porque sólo escuchan.
Yo estaba atada a muchas cosas, ideas, objetivos, metas, y no tanto en las intenciones y el estilo de vida que quería vivir.
Salí con una victoria, de dejar atrás la muerte y continuar con lo que llamamos vida.
Después de esa charla, todo desapareció. Los sueños y pensamientos no estaban allí y si estaban, sentí que aceptaba la muerte. Ya está, sigo en el juego, y entendí que el exterior es simplemente una expresión de nuestro interior.







